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martes, 4 de marzo de 2008

LA GRAN AUSENTE

Hermoso, era, sin duda alguna, el desfile escolar que conmemoró el ciento sesenta y cuatro aniversario de nuestra independencia. Fue un gran despliegue de las masas estudiantiles puertoplateñas adornadas con el orgullo y la cadencia conquistada por la historia de nuestra patria querida. Marcha de libertad, marcha del futuro hecho carne, para rendir tributo a los héroes ya idos, pero perennes en las enseñanzas de los laboriosos maestros que se empeñan en avivarla en los corazones del estudiantado.

Es extraño que en semejante exposición de júbilo también se combine el sentimiento de tristeza y a veces hasta de horror al ver la gran ausencia de bandas de música que acompañasen a esos valiosos jóvenes de nuestras escuelas, como es la usanza en casi todos los países educados. Estamos ante una marcha educativa carente de educación musical, sobre todo en una provincia que ha dado notables maestros del arte de bien combinar los sonidos con el tiempo.

Hemos decaído hasta quedar en cueros en redoblante y tambor, con sus monótonos “rom-pom-pones” que no necesitan escuela para ser expresados, tan solo la disposición de chicos que bien pudieran a su edad estar haciendo galas de virtuosismo, pero que lamentablemente ven sus cerebros embotados por un sistema educativo que ha relegado el idioma universal de la música a los rincones de la ignorancia.

No es tan difícil enseñar o aprender la música escrita y ejecutada. Es solo que hemos cometido el pecado de la indiferencia y la dejadez. Tenemos la creencia de que la música es un asunto de dos o tres locos desmelenados, o quizás pensamos que es algo para los ricos sin oficio, piezas de museo. Estamos cometiendo un error sin precedentes al criar ya varias generaciones carentes de espíritu y de inspiración. No es de extrañar que los países más destacados en el desarrollo de sus individuos y por ende de sus sociedades, también sean países en los que se enseña música de forma curricular.

Pero seguimos cegados en los bandereos, en la comidilla política de todos los días, en la baba demagógica que entretiene, y nadie levanta su mano para que salgamos del letargo existencial en el que nos hemos sumido. Hemos condenado a los maestros de música al exilio y a la inanición. Nos hemos conformado con los ritmos más primitivos y rastreros coronándolos como grandes piezas que adornen las fiestas de una nación; una nación que conoce más sobre el palé y la banca de apuestas, pero que no entiende qué carajos es un oboe ni para qué sirve la clave de sol.

¡Pobres estudiantes! que desfilaron como vacas uniformadas, arreadas por los estrépitos de tambores sin propósito, sin una canción, sin un himno a los Padres de la Patria; sin armonía de labios ni de instrumentos para festejar las glorias de los héroes; sin tan solo un cántico que distinguiera su escuela de las demás. ¡Oh tubas! ¡Oh clarinetes de mi alma!, ¡Oh saxofones y trombones de la esperanza languideciente!, ¡Oh sempiternas notas de trompetas sin músicos! ¡Oh melancolía de liras sin público! Asistidme en este momento en el que fenecieron ante el mar los talentos estudiantiles, la música y sus maestros. Llora mi alma con rítmico acento.