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martes, 25 de diciembre de 2007

Las desastrosas calles de la Urbanización Cueto en Puerto Plata

Los que han leído nuestros artículos sobre la Urbanización Cueto en Puerto Plata, estarán de acuerdo con nosotros en lo terrible de la situación que estamos viviendo. Lo interesante es que todo este proyecto ya anda rondando por casi veinte años de iniciado. La política y el tráfico de influencias permitieron la obtención de los permisos correspondientes para lotificar aún cuando no contaban con las aceras, y las calles asfaltadas inherentes a todo proyecto habitacional. Pasado el tiempo, los propietarios de los solares y de las casas que venían construyéndose en este lugar hicimos reuniones y movimientos legales a fin de que los Cueto cumplieran con su deber de hacer las calles que también vendieron con los solares. Todo ha sido infructuoso, puesto que ellos tomaron su dinero y continúan como si nada, mientras que nosotros nos hundimos en el fango de este infierno habitacional. El gobierno no resuelve esta calamidad, muy por el contrario, toma nuestros impuestos para hacer calles y aceras en otras barriadas que no los pagan, pero que por ser pobres representan mayor número de votantes.
Hagan clic en el siguiente link para ver un video de lo que estamos hablando.
Manténganse frescos y secos.

sábado, 1 de septiembre de 2007

De algunos patrimonios históricos de Puerto Plata









Aunque no son todas, muchas casas que otrora fueran exquisitos chalet de esta amada provincia, hoy se debaten entre el comején y la imposibilidad de sus dueños de renovarlas o demolerlas dada la ley que las estipula como patrimonio histórico.

Como donde quiera se cuecen habas y las historias de tráficos de influencias son grandes y robustas en nuestra patria (qué pena), siempre vemos que muchos acaudalados se mantendrán al margen de estas disposiciones, pues para ellos siempre habrá una cobija o una razón de “pesos” (RD$), para que a ellos no les alcance el brazo de la ley en esta materia.

Sin embargo, quisiéramos hacer notar que también están los argumentos rancios y rancias las voces de los que proclaman a voz en cuello el victorianismo y la conservación del patrimonio cuando no existe (y si existe no se pone en marcha), un mecanismo por el cual el Estado, que creó la ley, pueda por lo menos colaborar con el mantenimiento de las viviendas que entran en esta categoría.

En ninguna latitud del mundo se declara patrimonio histórico a ninguna vivienda, local o terreno que siga siendo propiedad privada. No es lógico, porque hay un valor histórico que al Estado le conviene preservar. En otras palabras, todas las casas que, por la razón que fuere, entren en esta categoría, debieran ser compradas por el Estado para que las mismas sean tratadas, conservadas y puestas en algún plan de guía turística en el que se señale a los visitantes qué sucedió en ellas y a cuáles próceres acogieron; cuáles son los hechos históricos que se sucedieron en ellas y así por el estilo. Porque si no existen historias qué contar ni próceres a quiénes evocar desde estos maderámenes, o moles de ladrillo, no tenemos otra cosa más que propiedades viejas, indeseables e inconvenientes para el desarrollo de la ciudad.















Si la obsesión es el estilo arquitectónico, hay mucha repetición de adornos victorianos, columnas y otras formas, de las que hace tiempo que las enciclopedias están plagadas de cuantos modelos se hayan inventado y abundantes en toda la geografía nacional. Además no todas las casas antiguas miradas en este renglón tienen diseños memorables, ni enriquecen el conocimiento.

Debiera hacerse una revisión concienzuda de la ley que coloca estas casas en esta categoría, para que si al Estado le conviene su preservación y aún quiere mantenerlas en manos de sus dueños, que por lo menos les entreguen una suma para su mantenimiento, ya que el mismo, dados los costos de los materiales y tratándose del tipo de viviendas, es muy elevado. El estado debe invertir en su cuidado, pues lo que se aprecia a estas alturas es un amasijo de casas a las que el tiempo les está ganando, en deterioro constante y con sus dueños impávidos viendo también su propio tiempo, el de sus vidas, pasar sin poder hacer nada.